SOLO Y
PERDIDO
En un sector de la ciudad de Buenos Aires, las calles están atestadas de
muertos que caminan, gruñen y pelean. Incluso se podría decir que al haber
muchos de ellos en un mismo lugar llegaron a realizar canibalismo. Al parecer
ya no hay seres que estén vivos, y si los hay, seguro deben estar escondidos,
asustados y sin esperanzas.
El problema más grande de seguir con vida es ser menor de edad y solo,
por lo que no hay quien pueda hacerse cargo de cuidarlos como debieran. A eso
se suma el sitio donde se ocultan, lugares infestados de muertos caminantes,
algunos con movimientos torpes, solo se la pasan buscando comida, metiéndose en
cada agujero, callejón o casa incluso negocios una y otra vez. Se abalanzan
contra las paredes cuando escuchan cualquier sonido buscando el origen de
este.
Mientras todo eso sucede con una naturalidad monstruosa, son observados
desde una distancia prudencial por un par de sobrevivientes que no les quitan
los ojos de encima. Ellos con sus reservas de alimento y agua escasos, saben
que a medida que pasan las horas, las posibilidades de llegar vivos a mañana se
desvanece. En cambio, en otro rincón la ciudad, la esperanza renace.
— Gustavo — dice una señora mayor recostada en una improvisada cama —
hace días que estamos en este lugar, estoy enferma y casi no tenemos comida.
— Lo sé mamá, pero vamos a salir de esto
— le responde Gustavo pero con un gesto de desánimo — aunque primero,
hay que conseguir comida, por lo que debo salir de nuevo.
— No, no salgas Gustavo — Le dice la madre — Podes morir afuera, está
cayendo la tarde, pronto se va a llenar de bichos, y si te llega a pasar algo
por mi culpa, no me lo perdonaría nunca.
— Tranquila mamá — responde el muchacho — No me va a pasar nada, además sé
como hacerlo, ya lo hice antes.
— Por favor Gusti — insiste la madre — No vayas… no vayas.
A pesar de la insistencia de su madre, Gustavo se prepara para salir en
busca de comida. Se viste con un mameluco empapado en sangre. Enrolla un
intestino que pertenecía a su mascota a modo de bufanda y completa su
extravagante atuendo con un par de guantes, botas de construcción, capucha
negra y antiparras, todo embebido en sangre de apenas un día.
— A ver cómo están los muertitos — susurra Gustavo, asomando la cabeza
por la puerta entre abierta a la vez que agarra un morral de cuero marrón — Al
parecer, todo está tranquilo
El muchacho se voltea y observando a su madre sobre el catre y sintiendo
mucha impotencia al verla enferma su mente trae recuerdos de su infancia donde
a ella se la ve tan vital, no pudiendo dejar escapar una lagrima. Respira hondo
y agarrando sus dos cuchillos decide
salir de una buena vez.
Estando ya en la calle, Gustavo saca de un bolsillo un papel con la
lista de las cosas que debe conseguir, el nombre de los medicamentos están
marcados en rojo, identificados como prioritarios ya que la salud de su madre,
es lo más importante. Segundo, comida, mucha comida y tercero volver al lugar
sano y salvo, esto último también macado en rojo.
Tembloroso y con una mano agarrando el mango de uno de sus cuchillos, el
muchacho se dirige a paso firme hacia la farmacia que se encuentra a dos calles
de distancia, eso no es un problema para Gustavo, sino fuera que para ello debe
pasar entre decenas de vampiros y zombies.
— ¡Miércoles! — Piensa Gustavo — Cada día son más, dentro de poco no voy
a poder ni siquiera asomarme a la puerta.
Con un caminar errante. Moviendo el cuerpo como si fuera un maldito más,
Gustavo muy decidido, se dirige a la farmacia. Concentrado en llegar, no se
percata que un vampiro muy hambriento comienza a seguirlo, pero gracias al
tiempo que el muchacho lleva “conviviendo” con esas cosas lo sabe. Sin detener
la marcha saca de uno de sus bolsillos un frasco con sangre de vampiro, lo
destapa y derrama sobre sí mismo su contenido, su perseguidor percibe el olor a
sangre e inmediatamente se retira frotándose la nariz.
— Ufff... — Susurra aliviado el muchacho — Espero que a la vuelta no
tenga el mismo problema, ese era mi último frasco con sangre.
A salvo ya dentro de la farmacia y parado frente a una ventana que da a
la calle. Gustavo observa cómo algunos cadáveres ambulantes son comidos en
partes por otros, estos babeantes tragan la carne casi sin masticarla y otros
en cambio con sus carnes cayéndoseles a pedazos, caminan pegados a la pared de
la farmacia.
El muchacho sabe que tarde o temprano el olor a sangre de vampiro se va
a disipar, lo van a oler y van a querer entrar.
— Mejor me apuro — Susurra el muchacho — en cualquier momento se meten.
Concentrado en buscar todo lo que tiene en la lista, Gustavo camina en
silencio entre las góndolas, estantes, cargando vendas, gasas y algo de
desinfectante, luego se mete en la parte de
los remedios y encuentra lo necesario para su madre, todo va metido en
su morral, una vez satisfecho, se prepara para salir de ahí.
— Ya tengo todo lo que necesito — susurra caminando hacia la ventana —
El problema es que se está haciendo de noche.
Gustavo duda en salir y tiene razón en hacerlo, está oscureciendo, pero
lo que no intuye es que en el horizonte se gesta una gran tormenta.
— Ahora a buscar un poco de comida — piensa mientras se asoma a la
puerta de salida — Ya tengo todo lo que mi madre necesita. Pero la calle es muy
peligrosa.
Gustavo vuelve a entrar a la farmacia y busca la forma de subir al
techo, entra a las oficinas que hay detrás del mostrador. En su afán de buscar
una ventana que de hacia afuera se topa con una escalera que da a la azotea. Sin
perder tiempo se trepa a ella llegando a la azotea en segundos.
— Las calles están atestadas de vampiros y zombies — Susurra Gustavo —
Ojala no se les ocurra entrar al almacén donde está mi madre.
Sabe que su madre puede cuidarse, tiene con ella varios frascos con
sangre de vampiro y varias armas, detalle que lo tranquiliza un poco.
Ya concentrado nuevamente en su misión, el muchacho salta al techo de al
lado que pertenece al de un supermercado, lugar donde seguramente encontraría
alimento.
— Bien, seguro voy a encontrar un algo de comer — piensa el muchacho —
pero primero tengo que asegurarme que no haya ningún vampiro.
Gustavo se coloca cabeza abajo frente a una pequeña ventana y obtiene un
ángulo de visión en el cual puede ver si el supermercado está ocupado, por
decirlo de alguna manera, por vampiros, zombies, o cualquiera de esas cosas.
Al ver que no hay movimiento, se dispone a bajar y entrar al
supermercado. Abre un traga luz y ni bien pasa una pierna escucha unos pasos en
el interior del inmueble, por lo que
desiste en entrar y espera a ver quien anda, se asoma hasta pegar su rostro en
el traga luz y en ese momento una sombra se cruza delante de sus ojos, trata de
seguirlo con la mirada viendo que va de un lado a otro, movimiento raro para un
no-muerto. Luego de varios minutos, Gustavo mira su reloj y se da cuenta que es
más tarde de lo que él creía.
— Maldito vampiro — piensa el muchacho, sosteniendo el cuchillo muy
firme por los nervios — Dejate ver, así termino rápido. Necesito volver con mi
madre.
Pero al parecer, el vampiro tiene otros planes. Camina de un lado a otro
siempre alejado del traga luz, acción que pone más que nervioso al muchacho.
Agazapado y nervioso espera un par de minutos y cuando el muerto, se aleja,
Gustavo entra al supermercado. Cae frente a la góndola de los elementos de
limpieza y agachado saca su otro cuchillo y con ambos bien afilados se encamina
hacia el sector de los alimentos no perecederos.
— Por lo que más quieras Dios — susurra Gustavo — Que no me tope con el
vampiro, por favor que el muerto se haya ido, que no haya encontrado nada vivo
que lo obligue a quedarse… por favor, que se haya ido.
Si Dios lo hubiera escuchado realmente, no hubiera dejado que lo que
Gustavo vio en el supermercado siga en el lugar, pero no lo escuchó, la
criatura sigue merodeando y para peor, momentos después 4 no- muertos más se
hacen presentes.
— No puede ser — Piensa el muchacho, agarrando los cuchillos muy fuertes
— Nunca tuve que enfrentar a 5 vampiros, y mucho menos tan grandes.
Gustavo sabe que si no se desase de los vampiros, no va a poder volver a
ver a su madre de nuevo, incluso no va a poder ver a nadie ya que va a estar
muerto, o en el peor de los casos, se convertirá en una de esas cosas y tal vez
cometa un acto tan aberrante como es el de atacar a su propia sangre.
Gustavo al verse rodeado, toma la decisión de subirse a lo más alto de
una de las góndolas, se recuesta y escucha pasar tanto de un lado como del otro
a los muertos. Las góndolas se encuentran frente a una ventana que da a la
vereda de enfrente, se puede ver tanto a los muertos como a los negocios donde
entran, más precisamente a la puerta de entrada donde se encuentra su indefensa
madre.
— malditos muertos — susurra Gustavo — No se acerquen al negocio.
Los muertos acercan sus rostros a las ventanas. Arañan cuanta puerta se
cruza delante de ellos, si escuchan un ruido adentro, comienzan, les agarra
ataques de desesperación, en busca de comida, o sea sangre fresca.
— Aléjensen de mi madre — piensa el muchacho, al verlos cada vez más
cerca.
Al parecer, los vampiros olfatearon algo,
ya que comenzaron a gruñir y golpear la puerta de entrada al negocio donde se
encuentra su madre. A veces los vampiros se comportan como cualquier animal con
hambre, cuando uno encuentra algo, los demás lo siguen, y eso está pasando en
este momento. Son 3 los que están a punto de entrar al negocio.
— ¡Nooo! — Grita el muchacho, revelando su ubicación — Aléjense de ese
lugar, malditosssss.
Ni bien termina de gritar, algo con mucha fuerza lo agarra de una pierna
y lo hala sacándolo de arriba de la góndola y arrojándolo contra una pared,
obligándolo a arrojar sus cuchillos. Dolorido, sangrando y desesperado por
tratar de salvar a su madre, Gustavo intenta levantarse. Levanta su mirada y ve
a 3 vampiros acercándosele. Busca entre sus ropas, encuentra un frasco con agua
bendita y los salpica, los no muertos sienten que cada gota que los toca, la
piel se les quema. Los 3 gritan y aúllan. Gustavo, cada paso que da, es un paso
que ellos retroceden. Pero no todos lo hacen, uno, el más grande, se esconde
detrás de una góndola, espera que el
muchacho se distraiga y pase cerca para sorprenderlo, de sus manos salen uñas
grandes y filosas, sus colmillos, grandes y puntiagudos, son lamidos por una
lengua larga y negra, tanto sus ojos rojos, al igual que su olfato siguen al
muchacho en cada movimiento.
— Atrás, malditos — les dice el muchacho a las criaturas — atrás, no
quiero problemas.
Los no muertos, a la vez que gruñen y retroceden lo miran, ansiosos,
esperando el momento oportuno para atacarlo, pero el muchacho no tiene miedo
por lo que no va a ser fácil engañarlo. Gustavo, pasa por cerca de uno de sus
cuchillos, se inclina para recogerlo, momento que uno de los vampiros aprovecha
para lanzarse sobre Gustavo, con la intención de adelantarse a sus congéneres y
hacerse del botín.
— Malditos — susurra Gustavo al ver de reojo como se acerca gruñendo el
muerto.
Con la habilidad que solo da el tiempo y sobre todo las ganas de
sobrevivir, Gustavo, lo espera, en cuanto lo tiene a su alcance, se incorpora
empuñando el cuchillo de hoja de plata clavándola en la garganta de su
atacante, este no llega a emitir sonido alguno, el muchacho retira la hoja
dejando un gran agujero por donde empieza supurar una especie de pus verde y negro, la herida se vuelve de color
rojo fulgor, al mismo tiempo que se agranda, hasta rodear todo el cuello al mismo,
el vampiro grita y gruñe desesperado por el dolor, pero todo es inútil, su
cabeza se desprende cayendo a los pies del muchacho. Los demás vampiros al ver
a su compañero caído, se abalanzan contra el muchacho.
La hoja del cuchillo corta a diestra y siniestra, los gruñidos de
amenaza, pronto se transforman en gruñidos de dolor, la sangre de los vampiros salpican paredes,
estantes, vidrios, la agilidad del muchacho con el arma se ve acrecentada
cuando logra encontrar su segundo cuchillo, ya eliminó a dos, debido a la poca
comida y el gran desgaste, el muchacho está exhausto, pero el enfrentamiento
que Gustavo tubo es apenas el comienzo, tal vez por los gruñidos o por el olor
a sangre, la cuestión es que entraron 3 vampiros más.
— No, puede ser — piensa Gustavo a la vez que toma aliento para
continuar con la lucha — no sé si voy a poder quitármelos de encima a todos,
pero voy a llevarme la mayor cantidad que pueda.
— Vengan — dice en voz alta el muchacho.
En ese momento le cae encima el más grande, quien estaba agazapado a la
espera de una oportunidad, agarra al muchacho del brazo y en un violento
movimiento, lo arroja contra los vampiros, el muchacho cae pesadamente sobre
ellos derribando a varios y golpeando fuertemente contra la puerta de entrada.
— aghh, este es muy fuerte — piensa el muchacho, levantando la mirada, a
la vez que se toma las costillas.
Casi por instinto un par de vampiros se dirigen hacia él saboreándolo,
uno de ellos es una mujer mayor, de cabello rubio, y dientes muy grandes, ella
se le acerca primero, sus movimientos son como los de un gato que está a
punto atrapar un ratón, sus grandes
ojos rojos se fijan en su cuello.
— Acérquese un poco más — le dice el muchacho — vamos Sra. Díaz, no me
agradó antes, mucho menos ahora.
Detrás de ella se encuentra un muchacho, que tiempo atrás, se dedicaba a
repartir pizzas, ahora se dedica a comer gente y deambular por las calles en
busca de comida.
— Uno e puedo sacar de encima — piensa el muchacho a la vez que suda
como nunca antes — dos, ya se me complica.
La mujer se siente libre de comerse al muchacho, por lo que se le lanza
encima, mostrando sus dientes, apenas se le acerca una mano de se aferra a la
mano derecha del muchacho es la que sostiene el cuchillo y la otra mano se
apoya en la mejilla de Gustavo buscando su yugular, la mujer se coloca encima
de su víctima, ya casi lo tiene, cuando el muchacho se escapa de sus garras. El
otro vampiro lo había agarrado de las piernas llevándolo hacia él, a diferencia
de la mujer, este decide morderlo de un solo movimiento, pero ninguno de los
dos contaba con el vampiro grande, quien de un solo golpe decapita al que
sostenía a Gustavo manchando a este con una gran cantidad de sangre, la mujer
da un salto intentando sorprender al vampiro grande pero a un vampiro de ese
tamaño no se le puede sorprender tan fácil, de un segundo a otro ya la tiene
agarrada del cuello, Gustavo al ver la velocidad con la que se mueve el vampiro
grande, sabe que no tiene la más mínima oportunidad, por lo que debe aprovechar
que el maldito está ocupado y huir lo más rápido posible de ese asqueroso
lugar.
Concentrado en alejarse del vampiro grande, y mientras se aleja de él
arrastrándose, se olvidó por un momento que hay más chupa sangres dentro del
supermercado.
— Maldita sea — susurra el muchacho — me había olvidado de estos cuatro
que entraron al escuchar los gritos de los que maté.
El muchacho se incorpora y comienza a repartir golpes utilizando sus
puños, y luego, cuando sus brazos flaquearon de cansancio, busca entre las
góndolas cualquier objeto para arrojarles, los vampiros por un momento
retroceden confundidos, luego, sienten que ya no es una amenaza, sino una
presa. Pasaron varios minutos, y Gustavo ya no tiene fuerzas para defenderse,
los músculos de los brazos le arden de dolor, aun así, no se rinde.
— Vamos… vengan — Piensa Gustavo con los dientes apretados y sosteniendo
un cuchillo con la mano derecha, pegado a su pierna, no la sube no porque no
quisiera, sino porque no tiene fuerzas — No voy a rendirme ante unos pobres
muertos.
Cansados de esperar y sedientos de sangre, los no muertos deciden
actuar, haciendo movimientos que escapan a la vista de cualquier mortal, de a
uno, golpean y arañan al muchacho, cada vez más fuertes, y en todo el cuerpo,
pero sobre todo en el rostro.
— ¡aghh, Noooo! — Grita el muchacho — ¡Basta, hijos de putaaaa!
Sin importar cuánto grite Gustavo, los vampiros continúan su incansable
ataque, incluso uno lo toma de las ropas y lo arroja contra una góndola, Gustavo,
aturdido por el ataque, solo se limita a ver como se aleja de su atacante. Gira
su cabeza y cierra los ojos instantes antes de chocar contra las latas de
tomate del tercer estante. Derribando esta, y cayendo pesadamente.
Apenas con fuerzas, el muchacho intenta salir de entre las latas
abolladas. Sus débiles piernas apenas responden las órdenes de su cerebro, por
lo que le es difícil levantarse. Desde lo alto de la góndola contigua a la
golpeada, 4 vampiros observan al muchacho como buitres a un animal moribundo.
Los estantes empapandos con baba, las uñas clavadas en la chapa de la
góndola, los vampiros se preparan para abalanzarse y hacerse de un pedazo del
muchacho. Todos saltan al mismo tiempo, en ese momento se escucha un alarido
feroz. Es el vampiro grande que les hace saber a los demás que esa carne le
pertenece, dos de los cuatro no muertos que desean la sangre del muchacho, hambrientos, no
prestaron atención a la advertencia del grandote por lo que continúan con el plan
inicial. Matar y comerse al muchacho. En cambio los otros, asustados, se retiran la vez
que muestran los dientes en señal de respeto.
El vampiro grande se acerca a paso
firme hacia el muchacho, ansioso por devorarlo, pero primero debe encargarse de
los que momentos antes, ignoraron su advertencia. Sigilosamente agarra a cada
uno de una pierna y los arrastra lejos de Gustavo. Al primero le pisa una
pierna hasta que se escucha el crujir de los huesos y lo deja gruñendo de
dolor, en cambio al otro, quien al verse superado en fuerza, se pone mucho más
agresivo que el primero, incluso intenta atacar al grande mostrando sus
dientes. El vampiro grande lo levanta de la cabeza, lo mira a los ojos, le
gruñe y comienza a sacudírsela hasta arrancarla.
Con la cabeza entre sus manos, el vampiro grande gruñe con la intención
firme de intimidar a quienes traten de atacar al muchacho.
— Ahora si estoy perdido — susurra el muchacho al ver como los demás
vampiros se alejan del grandote — tengo
tan cansado el cuerpo que no puedo moverme.
El vampiro grande se le acerca nuevamente a Gustavo, coloca su rostro
frente a él y de su boca sale una gran lengua color negra, esta se desliza
desde el cuello a la frente del muchacho quien muestra un gesto de repulsión a
la vez que intenta agarrar su puñal con la mano derecha, se esfuerza un poco y
consigue hacerse con el puñal. Con el último aliento de fuerza y antes de que
la lengua del vampiro entre en la boca de este, el muchacho en un veloz
movimiento logra cortarla. La criatura
mete el pedazo que le queda, dentro de su boca a la vez que larga chorros de
sangre negra. Los gruñidos del vampiro se hacen cada vez más fuertes, hasta que
decide agarrar al muchacho del cuello y darle fin a tantos problemas.
En ese instante, se acerca otro no muerto, uno vestido el vampiro grande
lo ve de reojo y le lanza un gruñido, pero el intruso no se da por advertido, y
siguen acercándose, entonces el vampiro grande gira el cuerpo. Mostrando un
rostro babeante.
— ¡¡Grrrrrrr!! — dice el vampiro.
— Muchacho… — le susurra el recién llegado a Gustavo — cuando te de la
señal, corre.
El muchacho sin saber que hacer, se queda por unos segundos mirando al
extraño, completamente confundido.
— ¿Qué señal? — atina a decir el muchacho.
El recién llegado se coloca al lado del vampiro grande, en ese momento
nota que la criatura tiene una cicatriz con forma de cuadrado cerca del ojo
derecho, se queda pensando por unos segundos, luego le apoya un objeto envuelto
en varios trapos debajo del brazo, mira al muchacho, y al siguiente segundo se
escucha un sonido como una explosión ahogada y el vampiro grande sale expulsado
hacia un costado, luego el extraño se acerca a Gustavo.
— Esa señal — le dice el extraño a Gustavo — ¡movete!
El recién llegado agarra a Gustavo del brazo y casi a la rastra intenta
sacarlo de las garras del vampiro grande, pero si quiere sacarlo del
supermercado primero debe pasar por entre varios chupasangres, al mismo tiempo
se mantienen lejos del grandote, el desconocido apunta con el objeto que hace
unos momentos que resulto ser una escopeta recortada, y dispara contra todo lo
que se mueve hacia ellos, los refusilos iluminan todo el supermercado, los
cartuchos vacios son escupidos por la escopeta uno tras otro y las municiones
hacen estragos a todo lo que tocan, brazos, piernas, manos, son arrancados,
aunque eso no les impide a los no muertos seguir atacando. Todo se vuelve una
verdadera carnicería.
— Ya falta poco muchacho — grita el desconocido jalando una y otra vez a
Gustavo — solo debemos llegar a la puerta y todo se va a terminar para estos
hijos de puta, vamos.
Gustavo, casi a punto de desmayarse, siente que no puede dar un paso
más, el desconocido en un último esfuerzo, al ver que el muchacho no llegaría a
la puerta por lo agotado y maltrecho que esta, lo arroja por la ventana, mira
hacia atrás y antes de saltar, saca de su cintura una bolsa que estaba atada a
su cinturón. Mete la mano en ella. Saca del interior de ella una argolla de
metal y arroja la bolsa a los brazos de uno de los vampiros.
— Adiós malditos — les dice el desconocido,
Cuando está a punto de saltar uno de los chupasangres en un movimiento
rápido, lo agarra del brazo, sacudiéndolo contra la ventana.
— ¡Malditosss! — grita el desconocido.
En el momento que el vampiro que atrapa al desconocido se dispone a
clavar sus dientes en él, se produce una gran explosión que arroja a ambos
fuera del supermercado.
Todo el establecimiento queda en llamas, entre ellas, los vampiros
gruñen y en la desesperación por huir del fuego, tropiezan entre ellos o contra
las góndolas, afuera el desconocido se encuentra atontado debido a la
explosión, a su lado yace el cuerpo desfigurado de quien lo intento morder. El
desconocido se levanta y va en busca del muchacho, debe sacarlo de las calles,
pronto se va a llenar de no muertos y ya casi no cuenta con recursos para
defenderse.
A medida que se acerca, el desconocido ve que el muchacho se incorpora,
saca de entre sus ropas un cuchillo, y lo arroja hacia él. Confundido, se queda
quieto y ve que el cuchillo pasa por cerca de su oreja derecha. Gira el cuerpo
y ve como el arma se incrusta en el cuello del vampiro desfigurado que el
desconocido creyó muerto por la explosión. La hoja del cuchillo se torna rojo
como si fuera un carbón encendido, quemando la carne del vampiro que con
desesperación intenta quitarla agarrándolo del mango, pero su mano comienza a
arder y pronto todo su brazo, , al igual que su cabeza por la herida en su
cuello hasta que todo se convierte en cenizas.
— Por un momento creí… — le dice el extraño al muchacho — que vos… que
vos, pero…gracias.
— ¿Quién es usted, señor? — Le dice un cansado Gustavo al extraño — y
soy yo quien debe agradecerle por sacarme de ese agujero lleno de malditos
chupasangres.
— Me llamo Eusebio — responde el extraño — será mejor que nos vayamos de
acá, en un rato van a venir más, los atrae el ruido, son como perros salvajes.
Mientras Eusebio, así se hace llamar el extraño, le da un arma a
Gustavo, el muchacho no quita sus ojos del almacén donde se encuentra su madre,
donde la puerta de entrada fue violentada.
— Oh…no — susurra el muchacho, a la vez que camina hacia donde dejó a su
madre — mamá…
— Ya pasé por ahí — le responde Eusebio agarrando a Gustavo del brazo —
y… será mejor que no vayas.
— No debí dejarla sola — se lamenta Gustavo — me pidió que no la deje
sola, soy un boludo, debí… debí hacerle caso, carajo, que boludo fui y soy.
— Tranquilo, igual no hubieras podido hacer nada — le responde Eusebio,
colocando su mano en el hombro del muchacho — te superaban en número.
— Hubo momentos que pude encargarme de varios yo solo — le responde
Gustavo con lágrimas en los ojos — y fue antes de que usted apareciera, los
hubiera matado a todos yo solo.
— Tal vez a dos o tres, pero no a todos — le responde Eusebio con voz
firme.
— ¿Por qué no?
— Por que te acabo de salvar el culo de uno de ellos — responde Eusebio
agarrándolo de la solapa de su campera — del grandote él fue quien desgarró la
garganta de tu madre.
El muchacho se queda mirando el rostro enojado de Eusebio, mientras
piensa si lo que le dijo era verdad, luego mira el suelo como tratando de
entender, pero es un mundo ilógico y plagado de situaciones bizarras, pero
brutalmente real.
A medida que se alejan, Eusebio se acerca a cuanto auto destruido y
abandonado se le cruza y arroja un paquete dentro. Mientras tanto, Gustavo
trata de ver en el interior del almacén a su madre, rogando que tal vez, los
vampiros no la hayan asesinado, pero no solo la atacaron sino aún la están
devorando.
— ¡¡¡malditos!!! — Dice
Gustavo desaforado e invadido por una ira enorme — ¡Aléjense de ella!
Los gritos de Gustavo alertaron a todos los vampiros que estaban en los
alrededores, incluso al grandote que acababa de salir del supermercado,
enfurecido por lo que le hizo Eusebio.
— Pelotudo — dice Eusebio — ahora si estamos jodidos.
— No me importa — responde Gustavo — realmente no me importa ¡vengan malditos, los voy a matar a todos!
Eusebio al ver completamente fuera de control a Gustavo, no tiene otra
opción que agarrarlo del cuello y sacarlo de ese lugar. Los vampiros, que
estaban dando las últimas dentelladas al cadáver de la madre de Gustavo, dejan
de hacerlo y se acercan muy rápido a él, algunos corren por las calles en
cuatro patas como animales, otros, saltan por sobre los autos hasta llegar a
las paredes de los edificios y las trepan clavando las uñas en el concreto.
— Tenemos que llegar a la entrada del subte — dice Eusebio agitado — ahí
vamos a estar seguros.
— Tenemos que vengar la muerte de mi madre — responde un enojado Gustavo
a la vez que corre ya sin ayuda de Eusebio
— tenemos que matarlos.
Cuando los hombres están llegando a una esquina cercana a la entrada del
subte, los autos a los que Eusebio se acercó, comenzaron a estallar. Cualquier
objeto o vampiro que se encuentra cercano a ellos, vuela por el aire, hecho
pedazos.
— Rápido Gustavo — Grita Eusebio — La entrada al subte queda cerca de
donde estamos ahora, vamos, movete.
Gustavo después de ver lo que le sucedió a su madre, supo casi de
inmediato que le falló, está solo en este mundo hostil, lleno de muerte y
destrucción. Piensa que sin su madre no tiene mucho porque vivir, pero no
piensa decirle nada a Eusebio. Apresura el paso y pronto se pone a la par de su
improvisado compañero de aventura.
Ambos llegan a la entrada de subte, una gran reja protege todo el
frente, solo se puede acceder por una puerta también hecha de fierros. Cansados
y con los vampiros pisándoles los talones, entran.
— ¿acaso vinieron todos los de la ciudad? — Susurra Eusebio al ver una
horda de vampiros, encabezados por el grandote, acercándose — incluso ese
maldito grandote.
— Hay que llegar al otro lado de aquellos andenes — dice Eusebio
señalando a lo más profundo del interior de lo que en tiempos lejanos era la
entrada a los andenes — Tengo preparado algo para estas ocasiones.
Gustavo lo mira desconcertado y a la vez ansioso por terminar con esa
persecución que solo retrasa lo inevitable.
Los
hombres sienten que los gruñidos cesaron, todo es silencio y oscuridad cerca de
los andenes ...
Quien te escribio a escribir? Sos un desastre gorila del orto, zombies? Nunca se habia leido algo parecido... Sos un payaso
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