sábado, 5 de marzo de 2011

BUSCARON UNA AVENTURA, PERO ENCONTRARON DESDICHA

Buenas tardes gente, tanto tiempo, ¿pensaron que los tenía abandonados?, bueno, acá estoy de vuelta, en esta ocasion les traigo un cuento acerca de unos muchachos que entran a un pozo en busca de una aventura, digamos para salir de la rutina, pero dentro de las entraañas de la tierra, los espera el horror. Espero que les guste, y de paso les comento que lo del cazador de nuestras tierras, lo voy a posponer por unos días mas

     
EL MURCIELAGO 


Era una tarde como muchas, me sentía aburrido como ya era costumbre en mí y cuando me disponía a echarme una siesta. Sonó el timbre de entrada, al parecer, quien quiera que sea que este ahí, o se le quedó pegado el dedo al timbre o estaba bastante apurado, en fin. Atendí.
    Me acerqué y no era ni más ni menos que mi amigo Sergio, le pregunté que quería y me respondió si lo dejaba entrar al baño, también me contó, mientras entraba, que ese no era el real motivo de su presencia, si bien yo no tenia mucho que hacer en casa, tampoco quería escuchar una de sus ridículas historias. Como cuando me contó que vio a papa Noel y como no le creí, lo esperó sentado en su techo con la gomera colgada al cuello y a su lado una bolsa llena de piedras, un desacierto. Cuando (su) papa Noel apareció, le arrojó una piedra con tanta mala suerte, que le dio en un ojo, pobre Sergio. La cuestión es que él paso todo el mes encerrado en su habitación y su padre hospitalizado, que gracias a una cirugía, no perdió la vista de ojo afectado.
    — José, tengo algo importante que contarte—Me dijo, saliendo del baño, a la vez que se arreglaba el pantalón.
    — Mirá Sergio—le respondo—, somos amigos desde hace mucho ¿cierto?
    —Si… ¿por?—Me respondió con un gesto incrédulo.
    —Como tu amigo, te digo—le respondí con gesto cansado—, sea lo que sea que me venias a contar, no te lo voy a creer, que seguro debe ser un invento como lo del papa Noel, ¿te acordás?
    — ¿Hasta cuando me vas a echar en cara, lo que pasó ese día? —Me respondía sin mirarme a los ojos— Fue hace 4 años, ya maduré, soy un muchacho hecho y derecho.
     Conocía esa actitud de él, lo hacía cuando lo que decía ni él lo creía, menos yo, pero cuando se tiene una amistad de varios años, esos detalles los pasas por alto.
    —Por favor, escuchame, si después de lo que tengo que decir, no te interesa, me voy—me dijo y asenté con la cabeza, con bastante desconfianza —El sábado, cuando fui a visitar a mi novia.
    —Tiempo, tiempo, tiempo—Le dije, levantando la mano e interrumpiendo su anécdota— ¿tenés novia?  ¿Desde cuando?
     Pero por el gesto que me hizo. Me di cuenta que esas preguntas estaban de más.
    — OK, perdón, seguí—Le dije, con otro gesto que hice solo para contrarrestar el suyo.
    --Bueno, una vez en la casa de Silvana— continuó relatando, dejando en el olvido mis preguntas anteriores—, fuimos juntos a la casa de su primo, el gordo Fabricio, quien estaba con su hermano Daniel, tomamos unos mates y fuimos a la granja de su abuelo Don Leandro ¿te acordás del viejo? El que anduvo un tiempo por África.
    --Como me voy a olvidar de ese viejo—le dije mientras me dirigía a sacar una gaseosa de la heladera, que empecé a tomarla directamente de la botella, al mismo tiempo que le mostraba una herida cicatrizada en mi brazo derecho—, si gracias a él tengo esta cicatriz, cuando me pego con su látigo
    —Te dijo que no molestaras a su chancha—Me respondió encogiendo los hombros—, pero como seguías tirándole piedras, vino el viejo y te dio con el látigo, así de simple…
    —Le arrojé piedras Le respondí en voz alta—, por que la puta puerca, se estaba comiendo mi zapatilla, por eso.
    —Ok, como digas—me dijo sacándome la botella de las manos— ¿queres o no queres que te siga contando?
    —Dale seguí—le respondí, con voz de resignación.
    — Resulta que cuando fuimos a ver al abuelo de Silvana. Teníamos que hacer una larga caminata hasta la entrada desde la tranquera— Me decía, a la vez que hacia gesticulaciones con las manos, a medida que contaba lo sucedido—, mientras lo hacíamos, vi a uno de los caballos del viejo muy nervioso, daba vueltas y vueltas, al principio no le di pelota, pero después cuando lo volví a mirar, el animal ya no estaba, no era que se fue al galope para otro lado, simplemente desapareció, por suerte, Silvana también lo vio, es más, ella me dijo que el caballo se había caído. Estará enfermo le dije, y me respondió no boludo (siempre tan delicada conmigo) se cayo como en un pozo, entonces fuimos a ver, y efectivamente había un pozo del tamaño de un aljibe, de adentro salía un chillido como de una rata pero debía ser enorme.
    —Parece interesante y—Le respondí algo intrigado—. ¿Qué hicieron después?
    —Vino el viejo y nos dijo que no nos acerquemos a ese pozo— me responde mirando al suelo como con frustración—, que pasado mañana bien temprano. Vendrían unos tipos a taparlo, pero sé que el viejo oculta algo y esta noche vamos a volver y me gustaría que vengas con nosotros ¿que me decís?
    --Que no fumes tanto—le dije con gesto que hasta un tonto se da cuenta que no le creí ni “J”—, esa hierba que me mostraste el otro día, te está destruyendo el cerebro.
    —Vamos, no seas mala onda—Me dijo con cara de victima—, además. Tenés que venir por dos cosas, primero, por que sé que te gustan los animales y que te la pasas leyendo cuanto libro de animal se encuentra en la biblioteca y segundo, no quiero bancarme solo a los primos de Silvana…
    —No puedo, es. . . .Que. . . .Tengo que—Mi tartamudez delató mi falta de actitud para la mentira rápida.
    —Dale boludo—Me dijo y con eso me terminó de convencer—, vení, aunque sea acompañame a la casa del viejo y no te preocupes por lo de la chancha, es historia vieja.
    —OK—le dije de una—, vamos. Pero solo hasta la casa.
    Ya en camino al lugar en mi camioneta. Sergio y los demás, empezaron a sacar sogas y ganchos, de esas que utilizan los alpinistas. Era sabido que tenían la intención de bajar al pozo. Ante lo obvio, hice la pregunta boluda del día.
    —Che boludo…—le dije susurrándole al oído a Sergio—, ¿acaso están pensando en bajar al pozo? ¿O me parece?
    —Si, vamos a bajar. Vemos que hay dentro y si no hay algo importante. Subimos, así de fácil—Me respondió, acomodándose la mochila en la espalda.
    Las palabras de Sergio sonaron muy tranquilas, típica del tipo  que se dedica a este tipo de actividades, cosa que él nunca hizo, ya que lo más bajo que llegó, fue al sótano de su casa.
    —Están todos locos—Les dije en voz alta, pero mis palabras se perdían por el ruido del motor—, para colmo, se está yendo el sol, oscurecerá en 3 horas y seguro que allá abajo ya debe ser una boca de lobo.
    A medida que llegábamos. Seguí tratando de que entren en razón, pero eran palabras al aire, para cuando me di por vencido, todos los muchachos. Incluido la novia de Sergio. Estaban parados al borde del pozo.
    — ¿Todo listo, Fabricio?—Preguntó Silvana agarrando la soga con ambas manos.
    —Sergio—Le dije a quien hasta ahora, consideraba amigo—, voy a entrar, dame un equipo.
    —Sabía que no te podías aguantar, dale, pero. . . .—Me decía, pero lo interrumpí diciendo.
    —Dale, bajá de una buena vez, después es mi turno— dije, mientras ataba mi soga en un árbol, lugar que presentaba una especie de agujero, al parecer un hueco que estaba a lo largo del tronco.
    Sin más discusiones de nuestra parte, ni comentario alguno de los que nos rodeaban, emprendimos la bajada. Al entrar notamos que había un par de rocas casi unidas manchadas con sangre, el espacio que quedaba entre ellas, era lo suficiente para que podamos pasar y así lo hicimos. Primero Daniel a quien le decían el “mudo”, después Sergio y Fabricio, le siguió Silvana y por último, mi persona, todo hasta ahí, iba bien. Prendimos las linternas y nos internamos en lo que parecía ser una especie de cueva. Avanzamos por una especie de galería caminando sobre un suelo rugoso que gracias al reflejo de las luces pudimos observar que también tenía manchas de sangre. Mas adelante, nos encontramos con un gran charco de sangre y de éste salía una marca que corría paralela al camino. Rodeamos el charco y seguimos la marca, al cabo de unos metros empezamos a oír un gran chillido, luego otros más leves y una especie de aleteo.
    —José—Me dijo Sergio, agarrándome la manga de mi remera—, ese chillido, es igual al que escuchamos ayer
     En ese momento lo miré y el rostro de Sergio reflejaba miedo. Levanté la vista y los demás asintieron con la cabeza en acompañamiento a lo que dijo Sergio.
    Seguimos avanzando hasta toparnos con el origen del muy significativo ruido, lo producía un murciélago de un tamaño que jamás había visto, por sus características debo decir basado en mi poca experiencia de libros y demás escritos que no era de acá, ni siquiera de este país. Era enorme, casi tan grande como un terodáctilo. Estaba colgado de sus patas traseras en un sector donde la cueva se ensanchaba.
    —Mierda—Le susurré a mi amigo—, nunca en mi vida vi algo tan grande y eso que leí casi todo lo referente a estos bichos. Mejor salgamos de acá Sergio.
    —Estoy de acuerdo con vos José—susurró Sergio e hizo señas a los demás de hacer lo mismo—, vámonos… Hey chicos, vamos a la salida.
    Cuando estábamos de regresando y faltando poco para llegar a la salida. Notamos que nos faltaba un integrante, Silvana. Nos dimos vuelta y la muchacha estaba acercándose, peligrosamente al murciélago, con la intención de sacarle una foto.
    —Silvana—Le susurró Sergio—Che… Silvanaaaaa
    — Dejame boludo—Le contestó, en voz baja—, le quiero sacar una foto
    Era evidente que sus palabras, a pesar de que eran susurros, en la cueva se acrecentarían mucho más, y que pasaría lo que temíamos todo, que el murciélago, los escuchara y así fue. Movió la cabeza y extendió las alas dejando caer un bulto que tenía aprisionado y que al parecer era su alimento.

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