jueves, 14 de abril de 2011

CACERIA URBANA

Buenas tardes gente, tanto tiempo, estoy de vuelta, y mientras esperamos al cazador de nuestra tierra les traigo otro policial. Nuevamente el oficial Garcia como protagonista de esta historia, en esta ocacion, debe encontrar a quien mato unos chicos a la salida de una bailanta, bueno, espero lo disfruten.


      
    Siendo las 3 de la mañana, la ciudad iluminada por las luces de las marquesinas de los negocios, los semáforos, incluso la de las calles, sobre todo estas últimas que se mostraban prácticamente desoladas, desabitadas, carente de vida, imagen que era interrumpida por algún sonido muy característico de una ciudad por momentos agitada, como es el de algún bocinazo sonando a lo lejos, bien podría decir que a esta hora todo está tranquilo. Sentado en mi auto, jugando con el encendedor, espero paciente que la muchachada que sale del baile, lo haga lo más tranquila posible, desde donde estoy me llega el sonido del boliche, hoy cumbia, nunca me gustó mucho esa música, sobre todo la bautizada como “cumbia villera”, si se la puede llamar así, para mí es una cagada, sobre todo por que la mayoría de las veces, donde se escucha, trae de la mano uno que otro quilombo y eso casi siempre termina con algún fiambre tirado en medio de la calle..
    —Bueno, ya están saliendo—susurro, mientras enciendo un cigarrillo viéndolos muy fijo—la verdad no se para que mierda me mandan a vigilar a estos “futuros delincuentes”, se matan y los matan como animales y nadie hace un carajo.
    Observándolos como algunos putean, se empujan, otros en cambio deciden marcar su territorio como animales, meando en las ruedas de los autos estacionados, (menos mal que estacioné enfrente), en ese momento suena la radio.
    —García ¿me copias?, espero no te hayas dormido, ¡¡GARCIAAAA!!—mi jefe, como siempre a los gritos y al parecer, tampoco dormía.
    —Lo copio jefe, no hace falta que grite, ¿acaso piensa que todos somos sordos?—le respondo mientras hago círculos con el humo del cigarro.
    — ¿Por donde andas?—me dice, un poco más sereno, pero igualmente firme.
    —En Santa Fe y Oro, frente a la bailanta, ¿se acuerda que me mandó a este rincón de la ciudad, en razón de escarmiento? —le digo con ganas de irme a descansar, por que a mi pensar ya había dado por cumplido el escarmiento impuesto―y todo, simplemente por atar a un sospechoso al paragolpe trasero de mi auto.
    Mientras mantenía una muy educativa conversación con mi jefe, aunque en realidad trataba de convencerlo de que me permita retirarme a descansar, se oye el estruendo de 4 disparos que venían del callejón pegado al boliche.
    — ¡La puta madre!, ¿ahora que? Acá el oficial García, número de placa 21543, reportando un 6020, repito un 6020, envíen ambulancias y refuerzos, Santa Fe y Oro Palermo— dije, arrojando el cigarrillo— Lo dejo jefe, cagueme a pedos después, ahora tengo que ver que mierda pasa—le dije y lo dejé hablando solo, mientras sacaba mi arma y corría al callejón.
    Acercándome al lugar, arma en mano y con mucha cautela, busco con la mirada el lugar desde donde pudieron provenir las cuetazos. Me asomo al callejón y avanzo pegado a la pared que da al boliche, a medida que lo hago, indico con señas de manos a la gente para que despeje el lugar, pero hay una multitud de personas y la mayoría eran pendejos, que al estar dominados por el pánico corren hacia todas direcciones, algunos incluso hacia mí como es el caso de un jovencito, que sin dejar de mirar hacía atrás, tropieza conmigo, era un muchacho muy flaco de tez trigueña, sostenía una campera con su mano derecha, llevaba puesta al revés una gorra color negra, que hacía juego con su remera blanca 3 talles más grandes y completando su atuendo, un pantalón a los que llaman “cagado” negro.
    ―Pibe ¿Qué paso?, ¿sabes algo? ¿Viste algo?—le grito, tratando de agarrarlo, evitando que se escabulla en el tumulto.
    ―Yo no se nada… no vi nada… Yo solo fui a mear, escuché los tiros y salí corriendo― me dice, nervioso el muchacho, mirando hacia atrás ― sino me cree pregúntele a cualquiera, déle, pregúntele a cualquiera.
    Miro a la multitud buscando a quien más preguntar y al no encontrar a nadie que se detenga dos segundos para escucharme, me incliné nuevamente por el chico que tropezó conmigo, quise preguntarle alguna cosa más, pero había desaparecido. Trato de encontrarlo mirando a ambos lados del callejón, pero era tal el mundanal de gente, la mayoría curiosos, que me era imposible encontrarlo.
    Una vez que el callejón quedó despejado, camino en dirección al lugar de donde se produjeron los disparos, topándome con un cuadro realmente desastroso, los cuerpos de 3 muchachos de no más de 15 años, cada uno con un disparo en la cabeza. Me quedo parado con mi libreta en la mano tomando anotaciones, luego, mientras espero a la ambulancia, examino la ropa de cada una de las victimas, buscando alguna identificación, drogas o algo que ayude con el caso, pero nada, camino alrededor de los cuerpos en busca del cuarto disparo, detalle que tampoco encuentro.
    ―No estoy loco, escuché muy claro 4 disparos, 3 de ellos dieron en el blanco pero ¿Dónde pego el cuarto?—pienso, mientras examino las paredes del callejón buscando alguna marca de impacto, en ese momento escucho llegar 2 patrulleros junto a la ambulancia, detrás de ellos, y a una buena distancia, llega el auto con el forense.
    ―Hola García ―me saluda Gustavo, pasando cerca mío y como siempre, con algo que masticar― antes que nada, siento mucho lo de tu compañero, se que se conocían desde hace tiempo
    ―Hola Gustavo―le respondo, encendiendo otro cigarro― si es una pena, pero todos sabíamos que ese hombre no estaba bien, bueno dale, llevate a estos y nos vemos en la morgue.
    Los camilleros dirigidos por Gustavo agarraran los cuerpos, los meten cada uno en una bolsa, luego con pocas ganas los arrojan en la ambulancia, como si se trataran de  bolsas de papas. Entretanto, reojeo en mi libreta lo datos que pude obtener de la billetera, como también la cantidad de dinero que saque de los bolsillos, detalle por el cual descarté que el ataque fue un robo.
    Mientras camino a lo largo del callejón, tragando largas bocanadas de humo, descubro al otro lado de la calle, en una de las paredes alejada de donde se encontraron los cuerpos, una mancha de sangre. Me acerco y veo que tiene la forma de una mano, también hay gotas en el suelo, las sigo y me guían hasta un sector de la calle muy alejado de donde pasó todo, camino unos pasos más intentando saber si las gotas llegaban hasta la vereda de enfrente, sin embargo me equivoqué.
    ―Todo esto tiene pinta a ajuste de cuentas—Pienso agachado junto a la última gota de sangre― O el asesino se subió a un auto que lo esperaba o el que se escapó, agarró el primer auto que se le cruzó, y lo abordó.
    Esta y otras cosas se me cruzan por la cabeza, mientras observo desde el medio de la calle, el lugar donde estaban los cuerpos. Vuelvo al lugar donde estuvieron los cadáveres, ahora solo hay siluetas marcadas con tizas, observo trabajar a la policía científica, quienes con mucho cuidado juntan pruebas, buscan huellas y demás, veo otras marcas de tizas, círculos alrededor de las 4 capsulas, únicos testigos fieles de los disparos.
    ―Pero ¿será posible?― susurro mientras apago el cigarro― 4 disparos, 3 muertos, un tipo que se va o huye herido en medio del quilombo de gente, pero nadie ve una mierda y otra vez las 4 cápsulas, algo no cierra, carajo.
    Entré en mi auto con la idea fija de ver si Gustavo pudiera darme alguna pista más concreta. Después de recorrer las calles de la capital, pensando en el cuarto disparo, llego a la central de policía, una vez dentro, me dirijo a la sala de autopsias pudiendo ver a Gustavo y sus manos rápidas quedarse con el reloj de un “cliente” que hacía poco había llegado.
    ―Buenos días Gustavo—le digo mientras contemplo como le daba cuerda a su nueva adquisición― espero que cuando me llegue la hora, nunca caiga en tus manos, tengo una emplomadura que me gustaría llevarme a la tumba.
    ―Jajajaja, buen chiste García―me responde Gustavo acompañado de una risa sarcástica―no te preocupes, a vos nunca te haría nada.
    ―ok, te creo… ahora contame lo que tenes acerca de los 3 muchachos del callejón―le digo.
     ― Bueno, esta bien, sabía que no viniste a hablar de mis adquisiciones―dijo Gustavo agarrando una carpeta que se encontraba sobre uno de los cuerpos― te comento que los tres chicos vienen de la villa 31, pertenecen a una “pandilla”, es raro verlos por Palermo, con respecto al arma que los quemó, puedo decirte que fue una 9mm, otro detalle para mencionar, es que al momento de morir todos estaban realmente asustados, ya que mearon en los pantalones, la verdad García, tenes un caso groso entre manos.
    ―Algo más, ¿marcas, tatuajes o algún otro rasgo significativo?—le respondo con insistencia― ¿y por que decís que tengo un caso groso? por que para mi…no se, parece más que nada un ajuste de cuentas.
    ―Acercate, observá la muñeca izquierda, todos sabemos que significan esos puntos, bueno, los tres presentan la misma marca—Me comenta a la vez que me muestra la muñeca de los tres occisos.
    ― Si, es una marca característica de los que estuvieron en institutos de menores o aquellos que se sintieron acorralados por la policía antes de entrar a los institutos, los puntos eran cinco y se los llama “el dado”―le respondo, como si fuera un cadete dando examen.
    Mientras me informo lo más posible acerca del antecedentes de los muertos, ya sea familiares de sangre como la “otra”, con la que cometían los delitos, llega Osvaldo, en ese momento y casi por reflejo, Gustavo le entrega los resultados de las huellas, para determinar quienes son, ya que en las billeteras, solo se encontró calendarios con fechas marcadas, estampitas y algunos papeles con direcciones que también mandé a investigar.
    ― Hola García, antes que nada, te felicito por salvar al delfín—me decía, sin quitar los ojos de los papeles que traía― por otro lado, siento mucho por lo de tu compañero, muchos presentíamos que ese hombre no estaba del todo cuerdo.
    ―Gracias Osvaldo, por suerte ya pasó ―le respondo, queriendo olvidar al menos por ahora ese tema pasado― ahora, decime ¿Qué averiguaste de nuestros fríos amigos?
    ―Ok, como digas―responde Osvaldo comprendiendo en forma inmediata mi cambio de tono.
    ― El primer muerto―comienza explicando Osvaldo, ojeando el expediente― el del piercing en la nariz, se llamaba Gustavo Álvarez alias “tavito”, 16 años, robo a mano armada, tubo varias caídas por drogas, se dice que se cargo a 3 en la villa, solo por que no quisieron pagar “peaje” donde él y los suyos residían, aunque nunca se pudo comprobar nada de eso. Además tenía un abogado que se escudaba en que como eran menores y que la sociedad los llevaba a hacer esas cosas como robos y no se que otras pelotudeces, los sacaba enseguida.
    ― Que buitres son algunos abogados―pienso al oírlo.
    ―El segundo―continua Osvaldo y en ese momento clava los ojos en la pagina que está leyendo― hijo de un ex comisario de la federal, su nombre era Arnaldo Segovia, de 17 años, aparentemente era el líder de los tres, corte militar, detalle impuesto por el padre ya que lo quería meter en la milicia por el comportamiento que tenía. Se dice que adoptó color de la camisa, colorado, cuando en una oportunidad le cortó la garganta a un integrante de otra pandilla vaya a saber por que causa, la cuestión es que la sangre mancho su camisa blanca y como le gusto el tono rojo, decidió adoptarlo. Pasó 4 años en reformatorios, se escapó de su casa muchas veces, sobre todo cuando su padre no estaba por días, debido a su trabajo Ávido consumidor de crack, pcp y lo que venga, recibió 2 tiros por parte de la policía cuando huía de un robo, refugiándose en la villa, sabiendo que es difícil entrar allá.
    ― Mierda, que especímenes fuí a encontrar en el callejón, son toda una celebridad para la policía — pienso mientras observo las cicatrices de bala del muchacho, una en la axila y otra en la pierna derecha cerca de la rodilla.
    ―Y ahora el tercero, este si te va a gustar—me dice con cara de ansioso.
    ― ¿si? Que lo hace tan especial, por que con lo que me contaste de los dos primeros, tengo de sobra―le respondo cruzándome de brazos.
    ― Se llamaba Contreras Dalmiro Baltasar, de origen boliviano, 17 años, pertenece a una comunidad del Once, se dice que mató a un chico cuando tenia 14 años, allá en su patria natal, mandé el informe a Bolivia, en unas horas vamos a tener la confirmación de eso, acá vive o mejor dicho vivía con dos amigos que hizo en la villa, los tres eran como un grano en el culo para las departamentales de capital. Dalmiro estuvo involucrado en el robo a varios supermercados coreanos y chinos, le gustaba burlarse de los polis delante de las cámaras de seguridad que había en los lugares donde robaba y como los otros dos se escurría a la villa, los conocen tanto a él como a los otros dos en ambas villas, tanto en la 31 como el la 31 bis.
    ― Lo que se dice un diamante, bien bruto―susurro mirando al muchacho tirado en la camilla.
      ―Como te dije antes García, te topaste con algo groso—Me dice Gustavo, al tiempo que desenvolvía un sándwich de atún, pero justo en el momento en que iba a darle una mordida, le lanzo una mirada, haciéndolo retroceder ya que las migas, caerían sobre la frente de uno de los difuntos.
    ―Perdón, no me di cuenta—atinó a decir, mientras le daba el tan ansiado mordisco a su almuerzo ―Pero falta algo―dice con la boca llena, mientras hojeaba los papeles que traía encima
    ― ¿Qué te faltó?, ¿será algo que apareció en los análisis?― le pregunto.
    — Me falta darte el resultado de la sangre que encontraron en la pared, lo tenia encima, ¿Cómo lo pude perder?, la puta madre—dice presentando una actitud nerviosa que iba más allá de unos simples papeles.
    ―Tranquilo, ya van a aparecer ¿te acordás si mencionaban algo importante?—le digo tratando de poner un paño frío a su frustración.           
    ―Si, algo recuerdo…― me responde un Gustavo muy nervioso y pensativo ― el ADN coincidía con el de uno de los 3, pero no recuerdo cual ¿Por qué me olvido de las cosas?, en cuanto encuentre los papeles te aviso bien, García.     
    Dejando como cosa olvidada lo ocurrido en la morgue, fui a ver a Sebastian, con la esperanza de obtener algo más para armar este rompecabezas, ya que en cuanto llegué del lugar de los hechos, le di los papeles con las direcciones que encontré en las billeteras.
    ―Buenas tardes Sebastián ¿te fue de utilidad lo que estaba escrito en los papeles?—le pregunto mientras tomaba una taza de café que estaba más que pasado.
    ―A pesar de que la mayoría de las direcciones eran casillas de las dos villas―comenta Sebastián, mostrando una carpeta que tenía sobre el escritorio―eran de seguro lugares donde compraban merca, seguimos buscando más lugares, y dimos con algo interesante, un comercio que queda a dos cuadras de la villa 31, se llama “Mercado Emilio”, es una especie de almacén donde venden de todo y al parecer también sustancias non santas. El dueño, Emilio Correa, cayó varias veces por consumir y otras tantas por portación de arma de guerra, lo que se dice todo una joya—me comenta, mostrándome una foto del sujeto sacada de un archivo.
    ―Mas que joya, es otra pieza de colección—le digo al ver el rostro del sujeto, tenía varias cicatrices en el rostro, suturadas por el peor cirujano, que le daban al sujeto un aspecto medio áspero y tosco, solo faltaba un detalle para considerarlo completamente así, solo uno y él lo tenía, un parche en su ojo derecho.
    ― Como es lo más útil que tengo hasta ahora, no me queda otra que ir a hacerle una visita a ese tal Emilio, a ver que le saco—le digo a Sebastián, agarrando la foto.
   ― ¿Necesitas apoyo?—Me pregunta Sebastian, sacando su arma de la funda, quita y chequea el cargador, lo vuelve a colocar en su arma y esta a su funda, todo un teatro para llamar la atención.
    ― No gracias, “Sr. Arma Mortal”, solo voy a hacerle una visita cordial, algunas preguntas de rutina a ver que consigo, nada más, todo va a salir bien—le digo, sabiendo que cualquier negocio que esté a los alrededores de la villa, es un gran tiro al blanco.
    ― No te pongas mal Sebastián, tal vez la próxima vez ―le digo al verlo decepcionado― ¿Me decís la dirección por favor?
    ―Según el registro―me responde con poco ánimo― la última dirección, si no se mudo, ya que cada dos por tres lo asaltan, pero es el precio de vivir cerca de la villa, es Prefectura Naval Argentina y Carlos Pedrette.
    Saliendo de la comisaría y mientras subía al auto, prendí un cigarro, y me dirigí al lugar mencionado. A medida que avanzaba en la avenida, pensaba que todo esto de los cuerpos, las marcas y sobre todo el historial de cada uno de los muertos, cuanta violencia habrán visto esos chicos a tan corta edad.
    ― Todo el caso me trae mala espina, tres muertos, tres futuros líderes de bandas, todo un enigma―pienso mientras conducía.
   ― ¿Que pasaría si me encuentro con alguno de estos personajes?—susurro mientras estaba llegando a las cercanías de la villa― la mayoría no llegó a los 21años, pero son mas peligrosos que cualquier loco adulto suelto
    La zona que ocupa este asentamiento es realmente impresionante, y como todo en esta ciudad, ellos también evolucionaron, al menos las construcciones, al principio eran simples chozas muy precarias, levantados con algún que otro sentimiento de progreso. Ahora son departamentos de 2 y 3 pisos, obviamente sin autorización ni medida de seguridad alguna. El crecimiento de los espacios cubiertos, dio lugar a  sitios donde se venden todo tipo de sustancias y por ende la delincuencia también creció y en forma alarmante.
    ― doblé la esquina, y ya puedo ver el cartel del almacén, un antro realmente sospechoso —susurro mientras avanzo muy lento a la vez que  preparo las armas, tanto la de la cintura, una 9mm como la de la sobaquera, un 32 largo, este último, solo por las dudas.
      El almacén tenía el nombre del dueño tal como dijo Sebastián. El frente cubierto de punta a punta por rejas de color negra donde la única entrada era una abertura como una suerte de puerta. Desde la calle desierta, podía ver el timbre del negocio, era una perilla de luz incrustada en una caja de metal, también enrejado. Me quedé parado en el medio de la calle, mirando a ambos lados de la misma, luego, encendí un cigarro mientras contemplaba el interior del local, buscando con la mirada al dueño, no estaba muy decidido en entrar, pero como no vi peligro alguno, puse la 9 adelante y mientras cerraba mi campera ocultándola, avance a paso seguro.
    ― Buenas tardes, ¿en que puedo servirle señor?—Me dice un señor ni bien termine de entrar al local.
     El tipo sin ninguna duda era el dueño, solo que en persona sus cicatrices estaban más marcadas que en la foto presentaba  por Sebastián, incluso el parche en el ojo derecho, ni bien termino de saludarme, otra persona le respondió.
    ― Hola vieja, venimos por la teca, ¿tenes la teca?—Le habla una voz, de un tono no muy grave parecida a la de un pibe, que venía a mis espaldas, según pude ver de reojo su sombra por efecto del sol que entraba desde la puerta.  
    ―Que teca ni que teca, salgan de acá pendejos de mierda, ya me robaron 12 veces en este mes —Les dice el tipo en voz alta, golpeando el mostrador― se llevaron todo lo que tenía.
    ― No los provoque, cálmese, sino se va a poner feo, déle algo para que se vayan—Le dije con voz serena mirando al tuerto notando que estaba perdiendo la paciencia. 
    ―Esta bien, les voy a dar algo―les dijo el dueño del local
    Fue entonces que mientras se escuchaban los pasos de los pibes acercarse, el dueño me mostró 4 dedos de su mano derecha indicándome que eran 4 los que había.
    ― ¿cuatro?―le pregunté susurrando a lo que respondió “si” con la cabeza―La puta madre, no se le ocurra hacer nada estúpido que somos boleta —le terminé diciendo
    Mientras quien le habló al viejo junto con sus cómplices se acercaban al mostrador, intenté girar el cuerpo para verles la cara.
    ―Che loco, ¿que te moves vo? quedate quieto o te quemo, no é joda ¿me escuchate?—Me dice en voz alta uno de ellos, al mismo tiempo, se escucha el martillar de un arma.
    ―Si, te ecuche, muy bien, che—Le digo, con la misma falta de cultura, dándole en todo momento la espalda, mientras escucho que se acerca hacía donde nos encontramos el vendedor y yo.
    ― ¿Me `sta cargando loco?—me dice susurrándome en el oído apoyando el caño de su arma, una 45, en mi mejilla derecha.
    ― ¿tene plata vos también?— dice y su aliento, muy particular, mezcla de cerveza y pegamento, me produce rechazo.
    ― No tengo mucho, pero es todo tuyo, solo dejame sacarlo de la billetera, que esta en el bolsillo de mi pantalón, así es que tranquilo, ya te lo estoy dando—Le susurro, buscando mi billetera, aunque en realidad, pensaba sacar mi arma y terminar con todo esto.
    En un momento mientras le entrego el dinero al chorro, levanto la mirada y veo que el hombre de un solo ojo, mueve su mano derecha, como buscando algo detrás del mostrador.
    —Espero que este moviendo su mano para apretar la alarma, y no para buscar un arma, de lo contrario, esto se va a poner realmente feo— Pienso, mientras saco mi billetera del bolsillo trasero de mi pantalón.
    ―Suerte que saque mi placa y la puse en el bolsillo interno de mi campera―susurro.
    — ¿$25 solo tené?—me dice salpicándome de saliva el rostro y  con los ojos entrecerrados, era un muchacho de unos 18 años—Dame más plata boludo o te quemo acá mismo, escuchate boludo.
    — No tengo un mango más, todavía falta para cobrar, es todo lo que tengo, —le respondo con voz cansada.
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