miércoles, 9 de marzo de 2011

BATALLA GANADA, GUERRA PERDIDA

BUENAS TARDES GENTE, NO CREAN QUE ME OLVIDE DE USTEDES EN CUANTO AL CAZADOR DE NUESTRAS TIERRAS, PERO ANTES LES TRAIGO UN CUENTO QUE LO SIENTO COMO MI APORTE A LOS HEROES, QUE QUEDARON EN LAS ISLAS MALVINAS, ESPERO LES GUSTE.


  BATALLA GANADA, GUERRA PERDIDA
    El siguiente es un relato ficticio. Tanto los nombres de los personajes, como la historia en sí, no son reales, pero eso no significa que nunca haya pasado en la historia de la humanidad, sobre todo en alguna de las tantas guerras que esta sufrió, ya que ellas, encierran en su cruel y sin sentido interior, muchas historias. Pero debido a variadas circunstancias, físicas, políticas o simplemente a que el conflicto bélico devoró a sus integrantes, no hay quien las cuente.
   
    8 de Junio de 1982, Isla Soledad, 01:45am.
    Según informes de la base instalada en Puerto Argentino, un buque ingles llamado Sir Galahad, pasaría por Fitzroy, trayendo varias unidades de soldados para, según dicen, dar el toque final a la guerra. Yo, como muchos soldados del frente argentino. Esperamos para atacar una base inglesa ubicada a unos 200mts de ese lugar. Nos atrincheramos en un lugar poco visible… eso creíamos.
    --La puta madre que frío de mierda—Pienso, abrazado al fusil—, yo no quiero estar acá, creo que ninguno de nosotros quiere estar en este puto y frío lugar.
    Miro a mis compañeros, todos de 21 años. Nos llamaron para defender a la patria, pero nadie nos pregunto si queríamos hacerlo.
    — ¿Qué hora es Pérez?—Me susurra el sargento.
    — ¿Acaso tenes una cita?—Le respondo sin verle la cara de quien me preguntó, hasta que gire la cabeza, es el sargento. Trato de disimular, pero solo atine a decir—perdón mi sargento.
    —No sea boludo Pérez—Me responde el sargento—, se corre el rumor de que un buque ingles llamado Sir Galahad va a aparecer este día, lo que no sabemos es la hora, pero debemos estar alerta por si adelanta su venida, otra cosa. Trae muchos ingleses, más de 200
    —Te cagaron a pedos, Pérez—se jactaba Domínguez—, boludo le dijo el sargento, muchachos.
     Domínguez, otro compañero al que apodamos de entrada nomás “el cagon”, por que cuando llegamos a la isla. Explotó una bomba cerca de donde estábamos y del susto se cagó encima, a todos nos pareció muy gracioso, menos a él claro.
    —Callate—le respondo—, prefiero que me caguen a pedos, que cagarme en serio del susto.
    — ¡Cállense los dos, carajo! — Nos grita el sargento—, parecen chicos
    Comparado con él sargento. Nosotros éramos unos pendejos que ni siquiera sabíamos cuando cerrar el culo, pero por suerte tenemos al sargento Millar. Es un tipo grandote. Desde que llegué a la isla lo veo que tiene la barba de dos o tres días. No tiene para nada cara de hombre bueno, pero algo en el nos hizo saber que se podía confiar en el desde el primer momento.
    —Soldado…—Le pregunta el sargento a uno de mis compañeros, al verlo luchar con su arma— ¿Qué pasa con su fusil?
    —Esta mierda de arma, señor—le responde sin verlo, preocupado por destrabarlo, golpeándola con lo que tenia a mano, en este caso, una piedra—, se atascó. . . .Vamos, arma de porquería.
     Casi siempre nos pasa eso con los FAL. Son armas por como las veo, obsoletas. Por suerte para mi, solo me paso una vez, en cambio, por lo que escuche de soldados que hace rato están, a varios compañeros, se les atascó en pleno combate, una cagada.
    Entonces y volviendo al tema de Gutiérrez. El sargento con la paciencia que pocos tenemos, se le acerca y le da una mano.
    —Trátela bien, Gutiérrez—Le dice arrancándole el arma de las manos. La mira con detalle, y resulta que tiene puesto el seguro—, nunca se sabe, esta arma le puede salvar la vida en el momento menos pensado.
     El sargento le quita el seguro y lo vuelve a poner. Lo mira a Gutiérrez con cara de pocos amigos, mientras vuelve a retirar la palanca del seguro y la vuelve a poner, pero esta vez mirando al soldado a los ojos como  diciéndole “fijate pedazo de boludo, que esto estaba mal”.
    El número de soldados del pelotón al inicio de la travesía en monte Osborne, eran 12 soldados, ahora solo somos 6, y entre los caídos esta Rogelio, el médico del pelotón, si bien no peleamos en forma directa en pradera de ganso, servimos de apoyo, pero fue al pedo, por todos los santos, como nos dieron los ingleses en esos días, los peores 3 de mi vida y sobre todo de los que quedaron allá, menos mal que el sargento nos sacó rápido, fue cuando apenas comenzó el tercer día. En ese momento las tropas inglesas se venían a toda marcha, y a pesar de contar con apoyo de ametralladoras, algunos cayeron, otros se cargaban a cuanto objeto móvil veían a su paso. Lo cierto es que  no la hubiésemos pasado tan mal si hubiéramos tenido más horas de entrenamientos. Recuerdo cuando nos reclutaron para la guerra. Teníamos al menos yo, poco o casi nada de instrucción en manejo de armas, para colmo, ni se me cruzó por la cabeza que esto seria una carnicería, como realmente lo es…
    —Pérez, Domínguez…—Nos dice el sargento al verme bostezar pero no precisamente por aburrimiento, llevamos 2 días sin dormir—, adelántense y verifiquen que la zona este segura, los veo demasiados tranquilos
    —Abrí bien los ojos, Domínguez—le digo a mi compañero que estaba mirando al suelo, a la vez que rezongaba por la orden del sargento—, no quiero que nos maten por causa tuya.
    — ¿Me escuchaste?—le susurro apretando los dientes y agarrándolo de la manga de la campera.
    —Si, te escuché—me responde de mala gana, sacándome la mano—, ¿acaso creés que soy sordo?.
    —Ok—le digo y me encamino casi en cuclillas, fusil en mano y mirando para todos lados. Dejándolo atrás.
    Recorrimos algo más de 50 metros, casi nada, ya que la base inglesa estaba a 1000 metros de nuestra posición. Me arrodillo, saco un binocular y observo al enemigo. Al parecer no había mucho movimiento, tal vez por que están preparándose para recibir a sus buques que llegarían en cualquier momento.
    Pasado unos minutos desde mi intercambio de palabras con Domínguez. Me dispongo a avanzar otros 50 metros. Miro hacia atrás buscándolo y al no encontrarlo, me arrojo al suelo y cuerpo a tierra, susurro su nombre.
    —Domínguez—susurro sin poder ver nada en esa madrugada fría y sobre todo, oscura—, Domingueeeeezzzz--¿Dónde te metiste, boludo de mierdaaa?
    Mientras espero una respuesta, me incorporo y sigo en cuclillas unos pasos más. Detengo la marcha evitando que mis pisadas tapen cualquier ruido que pueda ser amenazante, pero solo escucho el sopla del viento. Me muevo pero me detengo bruscamente al oír un sonido parecido a voces muy a lo lejos, todo eso crispan mis nervios, obligándome a mirar hacia todos lados menos a donde estoy pisando…
    —Domingueeeeezzzz. . . .La put. . .—atino a decir, al mismo tiempo que caigo en lo que parece ser un pozo sin fondo, pero no, es una trinchera abandonada.
    Reponiendome del golpe que sufrí al caer. Mareado. Trato de ver si estoy solo o no en este lugar, pero casi sin poder distinguir mucho de lo que me rodea. Me levanto y saco un encendedor tratando de dar algo de luz al lugar, lo primero que veo es la bandera Argentina. En ese momento siento alivio por haber caído en un lugar que fue ocupado por argentinos. Chequeo mi arma y me preparo para recorrerla despacio, siempre en cuclillas. Doy algunos pasos, cuando escucho lo que parece ser un silbido, pero muy suave, al oír eso. Abro grandes mis ojos. Apago el encendedor y me aferro al fusil.
    —Lo único que me falta—pienso mientras me asomo al borde de la trinchera—, que me aparezcan unos inglesen y me manden al otro lado.
     En un momento observo a Domínguez correr hacia donde me encuentro. Me agacho y preparo mi fusil, para darle apoyo en caso que lo necesite.
    —Por acá boludo—pienso, mientras agachado miro el borde y tomo coraje para disparar si algún ingles asoma la cabeza.
    Me vuelvo a asomar y veo que ya no está. Miro a todos lados y nada, me agacho de nuevo y espero, todo es silencio, solo el soplido del viento se escucha, luego de unos segundos escucho un zumbido. Invadido por la curiosidad, me dispongo a asomar la cabeza al borde de la trinchera cuando algo cae detrás de mí. Me volteo a observar que era, y casi inmediatamente después, otra cosa cae a mi lado, por el ruido que hizo al chocar el suelo, sé que es más grande que lo que cayó anteriormente.
    —Que raro… no recuerdo que Domínguez haya salido con algún bolso además de la mochila—pienso mientras me acerco—, lo que si puede ser, que haya tirado su casco antes de caer acá.
    Una espantosa sorpresa me llevo al acercar el encendedor al objeto que cayó a mi lado, pensando que es el bolso de Domínguez, es su cuerpo decapitado. Vuelvo a voltear y veo que lo que había caído primero era su cabeza.
    — ¡¡¡aaaaaaaahhhhhhhh!!! —grito desaforado, luego me doy cuenta, que lo que hice, fue una maldita metida de pata— Sargento, Domínguez cayoooo.
    En ese momento, el pánico me cubre totalmente. Mi mente. Cansada por la falta de sueño. Empieza a crear pensamientos paranoicos haciendo que escuche ruidos en cada rincón de este lugar abandonado. Me asomo al borde de la trinchera. Saco mi fusil y apunto. Sudoroso, me vuelvo a meter, y así varias veces cada vez que escucho un ruido. Sudo tanto que por un momento me cuesta agarrar el arma. Aprieto los dientes y siento las imperiosas ganas de salir de este lugar.
    — ¿y si salgo y me matan? —susurro a la vez que me aferro al fusil con todas mis fuerzas—, no quiero morir, Dios, no quiero morir en esta mierda de lugar.
    Solo me separan menos de 100 metros de mi pelotón, me persigno como 20 veces. Me encomiendo a Dios y me arrastro como una babosa en un montón de arena. Me dirijo hacia donde están mis compañeros. 
    Estando cerca del punto. Escucho que los matorrales a mí alrededor se movían a medida que yo avanzo. Me pego bien al suelo en posición de disparo apuntando hacia ellos, pero nada. Vuelvo a emprender el camino arrastrándome pero esta vez lo más pegado al suelo, casi con la nariz en el lodo. 
    —espero que me vean mis compañeros—pienso mientras avanzo— así puedo levantarme y correr hacia la trinchera y en caso de que alguien me persiga. Tener apoyo de fuego.
    — ¿Quién vive?—Gritó el sargento.
    Levanto la cabeza con la intención de responder, pero en ese momento noto que a menos de 20 metros de mi posición, un arbusto empieza a moverse y no solo eso sino que se dirige hacia donde se encuentra el sargento y para empeorar las cosas no es solo uno sino varios y a pesar de la oscuridad reinante logro distinguir 4.      
    —Si alerto al pelotón, estos se me vienen encima—pienso a la vez que preparo el arma —, mejor me juego y que sea lo que Dios quiera
    Con la única idea de que el enemigo no sorprendiera a mis compañeros comienzo a dispararles. Al escuchar los tiros, mis compañeros también hacen lo mismo. Cardozo es bastante hábil con su FAP 50-41. Lastima que no ve muy bien en la oscuridad, suerte para mí por eso. De un salto me arrojo cerca de unas piedras y parapetado apoyando la cara contra una. Siento como las balas pican cerca, luego de no se cuantos disparos, puedo ver que los arbustos se alejan de la zona. Levanto la mano.
    — ¡Hola…!
    — ¿quien vivee?—Vuelve a gritar el sargento.
    —soy Pérez señor—Le respondo mientras camino hacia ellos—, no disparen, por favor.
    — ¿Acaso esta demente Pérez? —Después de los disparos, era de esperarse un bombardeo de preguntas—. ¿Quiere que lo maten? Y… ¿Dónde está Domínguez?
    — íbamos bien, pero en un tramo, Domínguez se atrasó—empiezo a relatar tartamudeando y ese momento mis manos comenzaron a temblar—, mientras caminaba, cada tantos pasos miraba hacia atrás, hasta que en una de esas quise decirle a Domínguez que se apurara, fue entonces que caí en una trinchera que está mas o menos 50 o 60 metros adelante. Me asomé al borde y lo vi venir. Esperaba a que cayera justo igual que yo para cagarlo a pedos por el retraso, pero no cayó, bueno si cayó, es decir. . . . .
    — Hable soldado—me dice el sargento, con voz firme y apretando los puños—, continúe… es una orden.
    —la cabeza de Domínguez cayo primero señor—mis ojos se pusieron colorados y en la garganta se me formo un nudo de tal tamaño, que no podía ni siquiera tragar la saliva, se me juntaba en la boca y la escupía.—, alguien o algo lo decapitó limpio, después cayo su cuerpo como una puta y maldita bolsa de papas…señor…
    —Dígame soldado…—me dice el sargento, sin inmutarse por como me sentía en ese momento—, ¿escuchó algo antes de eso?
    —si, creo. . .creo que si—le respondí sin levantar la mirada, para que no viera que mis mocos y mis lágrimas bañaron mi rostro—. Que se yo… señor…
    — ¡Soldado Pérez!—me grita
    — Si, señor— respondo poniéndome derecho y limpiándome la cara con la manga de la campera.
    — Míreme y concéntrese— me dice acercando su rostro al mío y agarrándome de los hombros—, ¿escuchó o no escuchó algo antes de que eso pasara?
    — ¡Responda soldado!—remató y ahí fue que reaccioné—, de eso depende nuestra supervivencia.
    —Si señor—le terminé diciendo—, escuché una especie de silbido, mucho antes y después un zumbido.
    —La puta madre…— responde el sargento mirándonos  —, muchachos reúnanse acá conmigo, necesito decirles algo.
    —Voy a ser sinceros con ustedes. Es muy probable que ninguno de nosotros sobreviva este día—comenzó diciendo el sargento, con la sinceridad característica de un padre—, los ingleses trajeron unos individuos asiáticos llamados “Gurkas”, estos asesinos, por que no les cabe otro nombre, son soldados entrenados para matar. Se mueven en grupos de 5. Usan un cuchillo llamado kukris, esta arma tiene la hoja ancha y curva. Según me enteré, ya han degollado a mas de 10 soldados, incluso a soldados ingleses, estos asesinos no tienen bandera, ni país, solo responden a una sola cosa, al sonido de un silbato que lleva el soldado ingles que está a cargo de ellos. Este silbato produce un sonido muy característico, es muy suave, muchos lo confunden con el del viento cuando sopla.
    —Como le dije sargento—dije, solo para sentirme parte de lo que se estaba comentando—, escuché uno así momentos antes de ver caer el cuerpo de Domínguez.
    —Pero no se confíen—continua relatando el sargento con voz nerviosa—, cuando lo escuchen. Tírense al suelo o escóndanse, es seguro que alguno de esos locos este muy cerca. Otra cosa, el soldado ingles que los guía, tiene una mira telescópica, así encuentra sus objetivos.
    Luego de escuchar al Sargento, nos quedamos pensando. Si pudieron matar a mi compañero, seguro deben estar cerca.
    —Sargento—le digo—, quiero agregar algo más
    —Sargento Millar—se escucha decir en la radio—, acá base ¿me copia?, responda Sargento Millar, cambio
    —Acá el sargento Millar, lo escuchamos base, cambio—responde, al mismo tiempo que me hacia un gesto con la mano, indicándome que lo espere.
    --recibimos información que el buque ingles llegará a costas de puerto argentino a las 10hs—le responden de la base—, se le ordena no intervenir ¿copió?, no intervengan, es una orden.
    —No podemos quedarnos con los brazos cruzados—le responde fuerte el sargento— mientras nuestros compañeros tienen una situación, cambio.
    —Sargento. Tiene orden de unirse a otro pelotón en otro punto—le responde la radio—, avise cuando este listo y le daremos las coordenadas, igualmente tiene otro objetivo, cambio.
    —Estamos a 1500 metros al sur de puerto Argentino— responde el sargento ya con ganas de tirar a la mierda la radio—, tenemos que vigilar un puesto ingles a 1000metros, según ordenes recibidas ayer, cambio.
    —OK— responde la base—, pero repito, debe unirse a otro pelotón. Tiene otro punto, repito, tiene otro punto, cambio.
    — ¿Qué punto?, especifique base—
    —Inteligencia nos informa que hay movimiento en Fitz Roy— responden—, según parece otro buque tocara costa antes del mediodía. Necesitamos que vaya allá como apoyo, pero debe unirse a otro pelotón en cerro Rivadavia primero, y luego debe marchar a Fitz Roy, cambio.
    — ¿Fitz Roy? —Susurra el sargento alejando la radio de su persona—, eso está como a 2 kilómetros de donde estamos…
    — ¿Copió sargento?—repite el radio— Fitz Roy, cambio.
    —Si copié— responde el sargento ya con los ánimos por el suelo—, pero nosotros estamos rodeados de Gurkas, repito, Gurkas, ya mataron a uno de mis hombres, cambio.
    —Fitz Roy prioridad uno—terminó diciendo la radio—, cambio y fuera.
    —Ya escucharon muchachos, nos vamos—nos dice el sargento que, a mi parecer, tiene tanto miedo como muchos de nosotros, por no decir todos—. Tenemos varios kilómetros de caminata. Manténganse siempre bien alertas, los Gurkas nos van a seguir el paso, pero no nos atacaran si nos movemos en conjunto ¿escucharon?
    — ¡si señor!—dijimos en conjunto, luego nos preparamos y marchamos bajo un clima salvajemente frío.
    No completamos ni 100 metros cuando una lluvia de balas que vienen desde varios recibir nos hizo sentir emboscados, el sargento nos orden cubrirnos, y no usar en ningún momento las granadas, para no llamar la atención de mas soldados enemigos. Otra orden es la de dispersarse y buscar refugio. Fuimos sorprendidos por un grupo de soldados ingleses que andaban en reconocimiento, nos parapetamos donde podemos. Yo me pego como una babosa a una roca cerca de donde estábamos y de tanto en tanto. Cuando las balas lo permiten, trato de ver de donde viene el fuego, al parecer están ocultos detrás de una arboleda, la oscuridad era el manto que necesitaban para poder emboscar a cualquier soldado enemigo que quisiera pasar.
    —¡¡¡Cardozo!!! —Grita el sargento— ¡¡¡la FAP, a los árboles!!!
     Mi compañero sin dudarlo. Empieza a descargar varios cargadores hacia donde le indicó el jefe.
    Todos, cada uno con su FAL. Disparamos a donde Cardozo y demás puntos donde creímos vienen los disparos enemigos.
    En un momento la ametralladora de Cardozo, deja de disparar. Desde donde me encuentro. Veo al sargento sorprendido por eso, luego se arrastra entre fuego enemigo hacia el puesto de Cardozo. Al llegar, y sin emitir sonido alguno veo que agarra el arma y empieza a disparar pero para el lado contrario de donde se encuentran los ingleses.
    —¡¡¡Sargento!!!—Le grito, pero al parecer no me escucha por el ruido de la ametralladora—, ¡¡¡el enemigo se encuentra del otro lado ¿me escucha?, sargento!!!
    —¡¡¡Gurkaaaaaasssss!!!—grita en forma de alarido el sargento.
    —Pérez… vaya a ayudar al sargento con los de atrás—me dijo el cabo Augusto—, Alonzo y yo nos encargamos de los ingleses.
    Tan rápido como el fusil y el casco me lo permiten voy a ayudar al sargento. Arrastrándome llego y veo el cadáver de Cardozo. Su cuerpo tiene dos dagas clavas, una en la nuca y la otra en el medio de la espalda, ambas son de hojas anchas y curvas, no me quedaba duda alguna, los Gurkas nos están siguiendo, casi diría. Pisándonos los talones.
    —Pobre Cardozo—pienso mientras me posiciono con mi arma para luego descargar balas a los arbustos—, tomen eso, asiáticos de mierda.
    —Sargento —le grito—nos tienen sitiados, no creo que lleguemos al punto.
    —hay que avanzar igual Pérez, sostenga la ametrallad. . . . .aaahhhh—grita el sargento, tras recibir el impacto de una daga en su brazo izquierdo, ataque que lo hace soltar la ametralladora.
    Momentos después los arbustos que se encuentran a unos 20 metros comienzan a moverse, tal vez confiados en que ya no habría resistencia alguna de nuestra parte. Arrojo a un lado el FAL, y arremeto con la ametralladora, les apunto y en el momento de apretar el gatillo. Veo que los arbustos se ponen de pié y empiezan a correr hacia nosotros.
    —Ahí les va eso—les grito—, espero les guste el plomo caliente disparando.
    El bramido de la ametralladora los pone en alerta. Por lo que detienen el avance y se esconden. Desde donde estoy solo veo árboles y arbustos quietos. Estoy tan nervioso y deseoso por no morir que vuelvo a arremeter con la ametralladora y esta vez logro matar a dos, haciendo retroceder al resto, incluso algunos se llevan a los caídos. Mientras tanto, del otro lado, mis compañeros luchan a brazo partido contra 5 ingleses, los disparos retumban en la madrugada fría y el destello de las armas son como luciérnagas a la distancia en medio de toda esa oscura, la fe mis compañeros está por el suelo.
    Sargento, necesitamos ayuda de este lado—grita Augusto—son demasiados y están bien ocultos.
    —Vaya Pérez, yo cuido la retaguardia—me dice el sargento al mismo tiempo que colocaba presión en su herida.
    — ¿Está seguro sargento?—Le respondo acomodándome el casco—, me puedo quedar y seguir manteniendo a raya a los asiáticos.
    —Acaso ¡¿le estoy haciendo una puta consulta?! —Me grita lanzándome una mirada destructiva—, es una orden carajo, ¡obedezca!
    —Si señor—Le respondo e inmediatamente me lanzo a ayudar a mis compañeros.
    Al llegar donde se encuentra el cabo Augusto. Me asomo buscando donde se oculta el enemigo, cuando uno de sus disparos impacta de lleno en mi casco. Asustado me arrojo al suelo como si me hubiera dado en el corazón.
    —Agáchese Pérez, —Me dice el cabo al verme tirado como fuera de combate. Haciéndome pensar que debería ordenar sus prioridades—, lo van a matar y nos vamos a quedar con un hombre menos.
    —Si señor—le respondo al mismo tiempo que tomo posición nuevamente.
     —Alto el fuego—dice en voz alta el cabo—, esperemos a que se acerquen, hay que hacer durar las municiones.
    No pasa mucho tiempo después desde el cese del fuego, cuando dos ingleses, bien agazapados, casi pegados al suelo. Se mueven de árbol en árbol, desde donde estoy, puedo verlos sin problemas. Lo miré al cabo y le hago señas para que sepa que estoy viendo 2 en movimiento, lo mismo hago ante los ojos de Alonzo. Ambos asienten con la cabeza. Aprovechando la oscuridad decido seguirlos fusil en mano hasta encontrar la oportunidad de tenerlos a tiro. Avanzo unos metros y aprovechando un descuido de ellos, disparo dándole a uno en la cabeza, justo detrás de la oreja. Doy un par de pasos y otro disparo acertado de mi parte al segundo sujeto solo que a este le doy en el cuello. El bajar a dos ingleses era lo bueno del caso, lo malo, esos dos eran señuelos para dar a conocer mi posición. Lo supe por que luego del segundo disparo, me di cuenta que estoy alejado de mis compañeros. Decidido a volver emprendo la vuelta pero soy sorprendido por otros 3 que estaban, al parecer, esperando agazapados detrás de otros árboles. Me tiran con todo lo que tienen, por suerte, tanto el cabo Augusto como Alonzo responden rápido el ataque.
    —Buen disparo soldado Pérez—Me dice el cabo—, lástima los otros 3, pero eso tuvo su lado bueno, ya que sabemos donde están… cúbranme… voy a salir
    Empezamos a disparar a los árboles que según Alonzo, es lugar de donde se ven los destellos de las armas enemigas.   
    Mientras disparo. Mantengo la atención de los ingleses en nosotros. A la vez que veo como el cabo se mueve rodeando las rocas en cuclillas. Acercándose a los árboles.
    —Vamos compañero—le digo a Alonzo viendo que el cabo casi esta en el punto de donde vienen los disparos—, disparemos, hay que mantener ocupados a estos gringos de mierda.
    Entretenido en disparar. Tratando de darles muerte a los intrusos, perdí de vista al cabo.
   gggggrrrrrrr. . . .— Escucho que dicen detrás de los árboles, seguidos de varios tiros que por el sonido eran de un FAL — ¡Tomen ingleses de mierdaaaaaa!
     Las ganas de cantar victoria me inundan el corazón, pero hasta que no ver salir al cabo no quiero arriesgarme, por que algunos yanquis tienen FAL también.
    —muchachos ayuden al sargento—nos dice el cabo. A la vez que sale de entre los árboles como si nada—, tenemos que seguir el camino, en 4 horas se produce el desembarco.
    Así fue que luego de ayudar al sargento, haciéndole un refuerzo en su vendaje y juntar lo que nos sería útil, nos pusimos en camino y por el siguiente kilómetro no sufrimos ningún ataque por parte de los Gurkas, detalle que llama mucho la atención de todos, pero sobre todo la del Sargento.
    —Soldados, tendremos que dejar de lado el ir al encuentro con el otro pelotón—Nos susurra el sargento.
    Todos nos quedamos mirándonos las caras, confundidos por lo escuchado.
    — ¡soldados tengo cigarrillos, tomen uno cada uno y esperen a que les de fuego!— termina diciendo el sargento y era fácil para él adivinar que no entendíamos nada.
    Cuando nos acercamos para encender el cigarro nos informa que según él los Gurkas nos están siguiendo a paso firme y no nos atacan por que esperan ver si nos topamos con otro grupo para así tratar de matar a todos.
    —La orden que voy a dar ahora—nos dice a la vez que larga humo tanto por la nariz como por la boca—, pero la siguen si así lo prefieren, de lo contrario el que no, puede seguir al encuentro con el otro pelotón, pero debo decirles que los Gurkas lo van a seguir y lo van a matar junto con todo aquel con el que tengan contacto
    El sargento Millar nos salvo el cuello muchas veces, no podíamos dejarlo en esta, así es que todos nos quedamos a hacerles frente a los Gurkas. Nos ocultamos entre los árboles. Previamente colocamos cerca de los árboles objetos personales a modo señuelos, entre ellas el vendaje del sargento. Los Gurkas no tardaron en llegar. Son 3, sus rasgos visiblemente orientales llaman la atención. Visten con pieles y debajo de ellas se puede ver la ropa de combate, cada uno empuña el cuchillo que lo habría descripto el sargento.
    Cuando los tenemos en la mira disparamos en conjunto matando a 2, el tercero, siendo el que venía último como advirtiendo algo, huye. Bajamos de los árboles y por orden del sargento empezamos a revisar el área, el sargento acompañado por el cabo por un lado y por otro Alfonso y yo, ambos en cuclillas y fusil en mano revisamos cada roca, cada arbusto, pero da la impresión que se lo tragó la tierra.
    —Donde estás ojos rasgados—susurro mientras muevo los arbustos con el arma.
    En un momento, Augusto nota un movimiento de ramas cerca de una arboleda, se acerca sigilosamente pero siempre apuntando con su fusil.
    Afuera—Dice en voz alta el cabo—, ¡¡estás rodeado!! !!Afuera dije¡¡
    De repente, como si saliera de la nada. El Gurka salta sobre él clavándole un puñal en el costado derecho, al tener dominada la situación, el asiático se dispone a rematarlo. Desde donde me encuentro al ver semejante situación le apunto, jalo el gatillo, pero el arma se me traba, así es que me lanzo sobre el Gurka, agarrándolo del cuello cayendo juntos sobre el camino pedregoso.
    —Alonso— le grito a mi compañero— sacá al cabo, mientras entretengo al asiático
    Termino de decir eso cuando una patada del Gurka choca contra mi mandíbula, arrojándome a dos metros de él.
    Me levanto y veo que el asiático saca una daga curva, la manipulaba como los maestros de las películas, hace todo tipo de movimientos con ella.
    — ¡Pérez! — Me grita Alfonso arrojándome una daga curva que le quito a uno de los cuerpos de los Gurkas muertos— tomá, es una de las dagas de los otros.
    — ¿Cómo mierda se maneja esto?—pienso mirándola.
     Me distraje un segundo, tiempo suficiente para que el Gurka, enojadísimo, se me venga encima.
    Las dagas chocan haciendo el ruido metálico característico de aquel que está siendo forjado, el asiático es ágil y sobre todo muy diestro, en un momento de los tantos que hicimos chocar las hojas, estás quedan formando una cruz obligándonos a hacer mucha fuerza para liberarnos mutuamente. Siento por un momento que no voy a salir vivo de esta batalla, mis piernas se empiezan a doblar y lo pero de todo es que al parecer el asiático se da cuenta, por lo que empieza a empujarme hasta llevarme contra un árbol, una vez ahí. Saca una segunda daga e intenta con ella atravesarme el costado izquierdo.
    —No me voy a rendir ahora, Gurka—le digo a la vez que retenía su ataque, tanto a mi cuello como a mi costado.
    En ese momento suena un silbato, el sargento, quien estaba apuntando al Gurka cambia de ángulo, y dispara dándole al ingles que comanda al los Gurkas, justo en el pecho. El asiático al escuchar el disparo, duda y en ese segundo aprovecho con las pocas fuerzas que me quedan y giro la hoja de la daga pudiendo cortarle la yugular. Empapándome todo el rostro y ropa con su sangre.
    — ¡Cabo ¿me escucha?! —Escucho que le dice Alonso al cabo Augusto—, ¡cabo, conteste, no se muera por favor!
    Pero no hay respuesta alguna, al menos por un momento después de unos segundos, Alonso nos mira y le pega un cachetazo en el rostro al cabo, y es en ese momento en que este abre los ojos y todos respiramos aliviados.
    — ¿Qué hora es soldado?—solo atina a decir 
    —son las 9 de la mañana, señor—le responde mi compañero.
    —Hay que moverse—le dice el cabo mientras trataba de levantarse, a pesar de que el dolor de la herida se reflejaba en su rostro—, tenemos que encontrarnos con el otro pelotón, para después ir a Fitz Roy.
    Caminamos el camino que nos falta. Cuando llegamos solo vemos al menos, 1 docena de soldados muertos, la mayoría estaba degollado, al parecer fueron sorprendidos mientras dormían, solo hay 3 sobrevivientes que según dijeron, habían salido a dar una vuelta de reconocimiento.
    —Identifíquense—les dice el sargento
    — Cabo primero Gómez, señor—se presentó un oficial alto, completamente desalineado y al parecer lleva varios días sin dormir—. Y ellos son el soldado Padilla, artillero y el soldado Pereyra, médico.
    Una vez identificados y luego de que el médico haya atendido a los heridos. Partimos siguiendo las órdenes de la escala mayor. Cuando nos faltan menos de 500 metros. Vimos pasar aviones aliados que se dirigen en el mismo sentido que nosotros. Seguimos nuestro camino pero esta vez trotando hasta que en un momento empezamos a escuchar un gran bombardeo, a medida que nos acercamos las explosiones se hicieron más estruendosas, nos apostamos a unos cuantos metros y notamos que eran los aviones que vimos pasar, quienes bombardeaban. Segundos más tardes,  un par de explosiones se escucha a varios kilómetros.
    Para cuando estamos a 100 metros, todo había terminado. Fue hundido uno de los buques ingleses, el Sir Galahad donde más de 100 soldados perecieron entre fuego argentino y las explosiones internas de dicho buque.
    Una vez pasado todo avisamos por radio lo sucedido y tanto el sargento como el cabo fueron rescatados y llevados a zona de la Patagonia para que puedan recibir atención medica, en cambio los que nos quedamos, seguimos peleando hasta que la rendición argentina, el 14 de junio, se hizo realidad y sobre todo triste.
    En mi caso, vuelvo a casa, pero muchos de mis compañeros quedaron allá en las islas, siempre los voy a recordar y sobre todo siempre los voy a honrar. . .